lunes, 9 de julio de 2012

Y sin embargo no se mueve

Los que me conocen y han salido de farra conmigo lo saben: yo no bailo. Si la canción no me repugna, puedo llegar a mover la cabeza con más o menos entusiasmo, y si me gusta y se desata la locura soy capaz hasta de llevar el ritmo con un pie. En algún concierto punki he saltado, levantado el brazo y cantado como el que más, pero eso no es bailar, ¿no?

Danza ritual straight edge

Naturalmente, de cuando en cuando mis amigas aprovechan para intentar sacarme a bailar, imagino que por algún tipo de competición que tienen para ver quién consigue que aguante más tiempo. La última vez que ocurrió, hace apenas 10 días, en una boda, creo que fueron unos 20 segundos. Si es que ya lo decían los suecos Millencolin: «It doesn't matter how many times you ask me up. I appreciate it, but it's complicated».

El problema es que la gente no entiende que eso de bailar es extremadamente peligroso, y no me refiero a peligroso en plan torcerse un tobillo o deshidratarse en una rave, no: es una enfermedad contagiosa que puede llegar a ser mortal. De hecho, sin duda es mi instinto de conservación lo que me impide bailar, y no la vergüenza o la falta de habilidad (que si quiero os meo a todos, ¿eh?).

Los que crean que estoy de coña que se vayan a Estrasburgo y pregunten por lo que pasó allí en el verano de 1518. Un buen día de julio, una tal Frau Troffea (sí, «Frau». Das Elsass ist deutsch!) se puso a bailar en medio de la calle, así sin más: ni sonaba música ni nada. Al principio imagino que alguien le echaría alguna moneda y los demás la mirarían como si estuviera loca, pero el tema es que la mujer siguió bailando sin parar, horas y horas, como una posesa, mientras su marido, obviamente, se negaba a unirse al baile (¿para qué? Si ya se la había hecho). Lo que empezó como una curiosidad se volvió más alarmante con el paso de las horas, hasta que Frau Troffea cayó al suelo completamente extenuada. La llevaron a casa, la metieron en la cama y la dejaron, sin duda suponiendo que en cuanto se le pasaran los efectos del alcohol todo volvería a la normalidad. El problema es que la mujer no iba borracha: se había puesto a bailar sin más y, aunque quería, no podía parar. En cuanto se despertó, se repitió la misma escena, pero esta vez se le unió uno de sus conciudadanos. Al cabo de unos días, había 34 personas bailando sin parar por las calles de Estrasburgo, presas de alguna extraña enfermedad.

Suave, suave, su-, su-, suave

La primera reacción de los expertos fue de sentido común: el mejor tratamiento es dejarles que bailen, que ya se cansarán. Es más, les construyeron un escenario y pusieron músicos en plan fiestas patronales, quizá para que la cosa diera menos mal rollo vista desde fuera. Como por entonces alguna de las víctimas ya se había quedado en el sitio por culpa de la deshidratación, los ataques al corazón o la simple extenuación, esa propuesta no hizo mucho por calmar los ánimos en la ciudad alsaciana, y menos cuando, al cabo de un mes, el número de gente afectada superaba los 400 y la cifra de muertos empezaba a ser considerable (se dice que pasó de los 100, aunque me parece algo exagerado). Probaron también tratamientos serios, avalados por el saber del momento, como procesiones y cosas de esas, pero nada. Al final, como vino, se fue, y hacia finales del verano todo volvió a la normalidad. Los ciudadanos de Estrasburgo se curaron las ampollas de los pies, se rehidrataron bien y, seguramente, fueron al trabajo al día siguiente como si lo de la cena de empresa nunca hubiera ocurrido.

Suena a Cuarto Milenio, pero lo de Estrasburgo pasó varias veces, es una cosa bien documentada con explicaciones médicas para todos los gustos, pero ninguna definitiva. Algunos hablan de histeria colectiva, aunque no sé qué tiene de colectivo que la mujer esa se tirase un día entero bailando sola (podría haber sido hipsteria y ser todo producto de la imitación, claro). Otros conjeturan que se debió a los efectos del cornezuelo o ergot, un hongo del género Claviceps que contiene ergotamina, una sustancia que vendría a ser como LSD natural, y que habría contaminado la cosecha de centeno. Hay una teoría que habla de rituales de alguna secta, mientras que otros se dejan de tonterías y dicen directamente que la gente está muy loca.

Yo, en todo caso, no me la juego. Con los ligeros movimientos de cabeza me vale.

5 comentarios:

Virginia dijo...

Dejando aparte la brillantez de la entrada, te voy a transmitir mis pensamientos [involuntarios] al llegar a "Das Elsass ist deutsch!" 1. Hala, qué guay, ¡lo entiendo! 2. Oh, ¿por qué deutsch va en minúscula? 3. Ah, son los sustantivos los que van en mayúscula 4. Pero en inglés sí, no? 5. Uhm...debería aprender alemán
No sé cómo reaccionar a esto ¬¬

Hanoc dijo...

hipsteria
casate conmigo.
va tonto.

Rober dijo...

Vir: jaja, eres una enferma. Me encanta. ¿Cómo reaccionar? Pues aprendiendo alemán a saco.

Hanoc: lo haría encantado, pero en mi lecho de muerte tendría que confesar que no es invención mía, sino un hallazgo feisbuquero.

Reyhan dijo...

JOHNNY, LA GENTE ESTÁ MUY LOCA


WTF!

Rober dijo...

¿Te puedes creer que todavía no sabía de qué es eso? Lo acabo de descubrir. No sé si podré perdonarte.