miércoles, 1 de diciembre de 2010

Boñigardo o truñamen

Una de las muchas desventajas de no tener vida social es que, si un día te proponen ir al cine y coincide que te apetece salir, no está bien ponerse exquisito y decir que no, aunque el plan sea ver un mojón reseco como Skyline.

Skyline es una película de ciencia-ficción dirigida por los hermanos Strause, dos andóbales cuya esencia Wikipedia captura de la manera más fidedigna posible al definirlos como «dúo de directores y artistas de efectos especiales que hacen películas y que crecieron en Waukegan, Illinois». Dicho eso, dicho todo. Si a esto le añadimos que es una película de extraterrestres, no hace falta que explique que iba sin ninguna pretensión, temiéndome un Independence Day o similar; no es que me disgusten las películas de extraterrestres, pero admitámoslo: dan bastante juego para hacer verdaderos coprolitos a poco que al director le asome la cutrez. El fantasma de la serie B siempre acecha, por mucho presupuesto que tengas (que tampoco es el caso). En el reparto de Skyline destacan Fabian Cancellara y el tío de Scrubs, lo cual dificulta mucho el tomársela en serio.
Conocido por su papel en Espartaco. Vale, ya me pego yo si eso

La película comienza con una escena en la que un tal Jarrod y su pareja Elaine se despiertan en medio de la noche a causa de unas enormes bolas de luz azul que caen del cielo en pleno Los Ángeles y cuyo propósito parece ser absorber gente. «¿No hay una introducción ni nada?», pensé como un imbécil. Por desgracia, sí la hay. Un rótulo nos informa de que vamos a retroceder varias horas en la narración, para ver cómo han llegado allí los protagonistas; o, más bien, para que nos demos cuenta de lo planos planísimos que son. Hay una fiesta de gente bien hollywoodiense, alcohol, piscinas, cuernos y unos diálogos tan vacíos que sorprende que el sonido se transmita a través de ellos. La introducción es eficaz, en el sentido de que en un tiempo récord logra que nos pongamos del lado de los extraterrestres (si pretendía que empatizáramos con estas gentes, el resultado es bastante menos espectacular). Acabada la presentación, somos testigos de la lucha de esta gente por sobrevivir al ataque alienígena y por enterarse de qué está pasando, atrapados sin posibilidad de escapar en su lujoso edificio de apartamentos. Y además se pelean un poco entre ellos y tal, pero vamos, sin ningún interés.

Avanzada tecnología alienígena:
las luces brillantes atraen a los humanos porque «son bonitas»


El problema de Skyline es que es una gilipollez. No me refiero a que una invasión alienígena sea una gilipollez, por supuesto; en la ciencia-ficción, como en la fantasía, la clave es establecer claramente cuáles son las reglas por las que se rige el mundo, de forma que guarde una coherencia interna y sea creíble, por muy descabellada que sea la premisa. Si en el universo que estás creando existen extraterrestres que van por ahí invadiendo planetas, abduciendo a todo dios mediante luces brillantes y comiéndoseles los cerebros, perfecto; para algo existe el concepto de «suspensión de la incredulidad». Lo que no vale es que tu mundo ficticio se base en el gilipollismo como forma de vida y a la vez pretender hacer una película seria.

Gilipollismo bien entendido

No puede ser que los personajes, por algún extraño motivo, actúen como si supieran que están en una película de extraterrestres desde el principio. No puede ser que los protagonistas, después de ver luces azules posándose sobre las calles de la ciudad, haciendo desaparecer una de ellas a un amigo y estando a punto de llevarse también a Jarrod, sin saber qué mierdas está pasando, se pongan automáticamente en modo apocalipsis ciberpunk y salgan armados al tejado a explorar, en vez de, no sé, intentar hablar con los vecinos o contactar con las autoridades. No puede ser que, tras observar a plena luz del día cómo los gigantescos extraterrestres campan a sus anchas por Los Ángeles, abduciendo con sus luces a las pocas personas que siguen por allí en cuanto asoman la cabeza, decidan que es buena idea huir en coche e intentar llegar al muelle (como no puede ser que varias personas se jueguen la vida de esa forma sólo porque hasta entonces no han visto alienígenas sobre el agua, de lo que deducen con injustificado optimismo y bastante temeridad que el mar es perfectamente seguro), utilizando para este fin, por si eso fuera poco, un puto descapotable. Aunque hay que reconocer que al menos en esa ocasión la cosa acaba de la única forma lógica: en desastre inmediato.

Obviamente

No pueden ser todas esas cosas porque, si basas tu mundo ficticio en la gilipollez, empujas al espectador a sacarle gilipolleces a tu película, detalles que sólo te planteas por joder, como venganza. ¿Alienígenas que atraviesan millones de años luz, con un gasto energético del copón, para recolectar cerebros? Lo mires como lo mires, esa civilización no es viable a largo plazo. Si el primer ataque que lanza el ejército, con aviones no tripulados, tiene un éxito considerable, ¿por qué a partir de entonces envían cazas con pilotos de los de toda la vida, y por qué estos se mueven como si fueran aviones de la Segunda Guerra Mundial? ¿Y quién decide que soltar marines en los tejados es buena idea, cuando se tienen que enfrentar a bichos del tamaño de un tiranosaurio que además pueden absorber a cualquier persona casi instantáneamente mientras la distraen con sus bonitas luces azules? Y hablando de la luz, ¿qué mierda de tecnología es esa que bastan unas persianas para contrarrestarla, y que encima crea peligrosos híbridos humano-alienígenas en caso de sobreexposición, echando a perder el cerebro del sujeto afectado y dando pie de forma descarada a una segunda parte?

PD: en serio, me he enamorado de la palabra «andóbales». Probadla.

2 comentarios:

Erica Fustero dijo...

Jojojo, ¿y qué mierda de amigos tienes que te proponen ir a ver esos truños? Así, desde el cariño :)

Rober dijo...

Amigos que son fans declarados de Alien vs Predator. :\