lunes, 25 de febrero de 2008

Adiós a las armas

Por aquí se tiene a Hemingway en un pedestal. Por supuesto, esto se debe en gran parte a que el tío escribió sobre España, venía a los Sanfermines y se ponía hasta el culo de vino y absenta, parecido a los que vienen ahora, sólo que con mucha más clase. Y eso que todavía no se ha explotado en condiciones su suicidio de cara al marketing, que siempre queda muy comercial y le da un toque trágico, irónico y épico a cualquiera. Pero cuando uno se acerca un poco y se para a leer a Hemingway, resulta que el hombre este escribía bien. Muy bien. Esto lo descubrí un verano leyendo El viejo y el mar, que mientras lo leía no habría sabido decir por qué me estaba gustando, pero vaya, sí que me estaba gustando. La confirmación llegó en Literaria (clase de traducción literaria, para los no iniciados, si es que hay algún no iniciado leyendo esto), en la que nos tocó pelearnos con unos cuantos fragmentos de Hemingway, incluido en el examen final. Normalmente eso sería bastante para provocar un odio infinito, pero es que Hemingway, clon bastardo de John Hammond (el dueño de Parque Jurásico) cruce con Chanquete, mola, y con una escopeta todavía más.


Adiós a las armas es una novela cortita que cuenta la historia de Frederic Henry, aunque su nombre no importa mucho (de hecho, ni se menciona hasta después de no pocos capítulos; casi todo el mundo le llama simplemente Tenente). Henry es un americano que sirve en el ejército italiano como conductor de ambulancias durante la Primera Guerra Mundial, donde conoce a una enfermera inglesa, Catherine Barkley. Lo que pasa a continuación es bastante obvio, pero esa es precisamente una de las cualidades de Hemingway, que consigue que algo que a primera vista es de lo más normal y que está narrado de forma muy sencilla acabe impactando, no sé sabe muy bien cómo. No voy a reventar la historia, sólo diré que hay páginas y más páginas en las que los personajes no parecen estar haciendo nada de nada, aparte de hablar de lo putas que las van a pasar en el frente o del día tan agradable que están teniendo cuando se van por ahí de permiso, de excursión o lo que sea. Todo a base de diálogos inocentes y de monólogo interior. Pero funciona.

Gracias entre otras cosas a la preparación psicológica de tanta conversación sobre el buen día que hace, el final es de lo mejor que he leído nunca, aunque va a ser difícil describirlo sin destriparlo como han hecho los de Antena3 Noticias con el último de Harry Potter. El caso es que hay un giro no del todo inesperado, ni original, ni nada por el estilo (o sea, puro Hemingway), pero aunque lo vas viendo venir, la hostia te la pega igual. Toda la novela está escrita desde el punto de vista muy personal de Henry (en primera persona y con monólogo interior por todas partes), pero la identificación con el personaje en la última escena es impresionante. Cuando lo leí, me quedé con una sensación de aturdimiento, en plan "¿y ahora qué va a ser de mí?", que me duró hasta que tuve a bien irme a la cama a dormir. Sólo por eso, ya merece la pena leer esta novela, así que venga, que son sólo 236 páginas de nada en versión original.

PD: En parte, Adiós a las armas es autobiográfica, pero es difícil decir hasta qué punto: como buen genio ido de la olla, Hemingway acabó inventándose partes de su vida para que se pareciera más a la de Henry. ¿Era o no un crack?

1 comentario:

mysterymoor dijo...

Ahora pareceré filóloga falsa, pero solamente he leído por quién doblan las campanas y un par de relatos. La novela me gustó sin más, pero los relatos me parecieron impresionantes. Tengo pendiente leer más. :)